La Pausa

 

[Artículo escrito para el proyecto de prensa digital feminista, Revista Akelarre]

 

Sobre reivindicar espacios para la calma y la magia de lo cotidiano como instancias que nos ayuden a construir horizontes de esperanza en entornos de confusión, angustia, incertidumbre.

“Evidentemente nos falla algo. Usamos una magia de segunda mano, que nos fue prestada en algún momento de nuestra historia, y que la seguimos detentando porque así se hace internacionalmente, como la de ser ingeniero. Pero falta magia para la vida diaria. A medida que volvemos a ella nos topamos con la desnudez de ser hombre sin más (Kusch, 1976).”

Existe una sensibilidad particular que se manifiesta como herramienta de lucidez en entornos confusos y angustiantes. Es una sensibilidad íntima pero también colectiva, y se vincula más con la esperanza que con la tristeza, aunque probablemente está permeada de nostalgia. Refiere a lo local, lo artístico y lo cotidiano como espacios que pueden resignificar nuestra existencia en tanto sean genuinos y auténticos. La búsqueda de sentires que nos vinculen con lo dañado y corrompido de nuestros tiempos desde un lugar que motorice la empatía y la conexión constructiva con ese mismo entorno, resulta ser un gran desafío en los días cuasi apocalípticos que parecieran avecinarse.

Estamos en un contexto en que las problemáticas que nos amenazan son globales, corresponden a la humanidad y a los territorios de manera transversal a las divisiones políticas, aunque nos afectan localmente, íntimamente. ¿Cómo podemos mirar nuestro entorno desde un lugar que incorpore la sensibilidad de nuestros cuerpos y afectos cuando las amenazas son inconmensurables, indetectables? ¿Cómo conectar con nuestra fuerza y nuestro poder cuando estamos aislados y aisladas, en contextos de soledad, incluso de abandono?

Guattari y Rolnik (2006) sostienen que existe una ‘misteriosa protesta del inconsciente’ como el ámbito de producción de los territorios de existencia,

    “sin embargo, la naturaleza de esos territorios no es arbitraria: nos vemos solicitados todo el tiempo y por todas partes a investir la poderosa fábrica de  subjetividad serializada, productora de estos hombres y mujeres que somos reducidos a la condición de soporte de valor (…). Cuando en el desmontaje, perplejos, desorientados, nos fragilizamos, la tendencia apunta a adoptar posiciones meramente defensivas, por miedo a la marginalización de la cual corremos el riesgo de ser confinados cuando osamos crear territorios singulares, independientes de las serializaciones subjetivas (Guattari & Rolnik, 2006).”

Frente a estos “sistemas de sumisión mucho más disimulados” es indispensable pensar en la importancia de la salud mental y el bien-estar a manera preventiva y sanitaria- qué pensamos, qué comemos, cómo nos movemos- pero también como puertas para pensar instancias en que lo afectivo y emocional nos conecten con simbolismos que nos permitan construir horizontes, planes de acción, pasos de transformación. Por sobre todo, posicionamientos de poder y no de pasividad e impotencia, aunque desde la humildad y no desde lo defensivo, frente a lo potencial, posible creativo y -no sólo- lo amenazante. Es necesaria la conexión segura y consciente con aquello que necesita de nuestra atención para ser cuidado y atendido desde valores no comerciales, competitivos o especulativos. En nuestras sociedades en que pareciera que hemos nacido para la productividad, el transformar para dominar y lucrar, debiéramos comenzar a preguntarnos qué sucede con aquello que es estático, efímero, aquello que está siendo: el presente.

“He aquí la fuente de todas las verdades y de todo caos: la vida cotidiana. Nace un hermano, muere un familiar, triunfamos en un examen, tenemos amargura o alegría, todo esto qué es. (…) Vivimos una rara mezcla de un no saber de la vida íntima o cotidiana y un saber enciclopédico del siglo XX (Kusch, 1976)”.

Aquí los detalles, la canción, el poema, el cuento, el mensaje, el recuerdo que nos anima, nos conmueve, nos motiva. Encontramos aliento en nuestra raíz, en nuestra tierra, en nuestro estar, en el contemplar la simplicidad y la belleza que forma parte de quienes somos y lo que podemos construir. Es momento de reivindicar como un derecho el tiempo -la pausa- que podamos dedicar a honrar aquello que nos compone de manera alentadora y apacible, aquello que nos construye calma y nos construye fuerza -de manera interna y colectiva también. Aquí el cuido, el riego, el ritual, la consciencia de la necesidad de un equilibro que no sólo produzca sino que también logre cuidar y que comienza con aprender a cuidarnos a nosotros y nosotras mismas también. Aprender a cuidar las infancias, las ancianidades, los traumas y heridas, los territorios, agua, tierra y aire desde un lugar de entereza, sabiduría, diferente de la perfección o lo ideal. Reconocernos y reivindicar nuestro derecho a defendernos como dignos y dignas de lo bondadoso y lo solidario, del amor, la contemplación, el afecto. Permitirnos estar en el silencio, permitirnos manifestar la tristeza, hacer lugar para el festejo, para el duelo, para la danza, la risa y el llanto. Escuchar las coplas y las rondas de los aires en que circulamos, inscribirnos en nuestro suelo desde la vulnerabilidad y la fortaleza. Es quizás a partir de estos posicionamientos que podremos singularizar las subjetivizaciones circulantes a manera de reapropiación y de constitución de hilos que nos encuentren en forma de suavidad (Guattari & Rolnik, 2006).

 

 

Para la familia, junto al abrazo a la distancia, en tiempos de honrar a quienes estamos y a quienes partieron.

 

 

Referencias

  • Guattari, F. & Rolnik S. (2006). Micropolítica. Cartografías del deseo. Madrid: Tinta Limón.
  • Kusch, R. (1976). Geocultura del hombre americano. Buenos Aires: Fernando García Cambeiro.

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